Estamos esperando que ella llame, estamos comiendo y pensamos en ella. Vemos una película y la comparamos con mil actrices que nos recuerdan sus labios, sus ojos clavados en los tuyos; sus pestañas nos persiguen por la calle y al llegar al bar. No existe un poder que te la pueda quitar del corazón. Y estas ahí esperando el momento para llamarla. Y cuando llega la hora de dejar pasar el tiempo y marcar el asterisco y las contraseñas lo único que esperas es escuchar su voz, que diga lo que diga no importa. Pensás en su oído sobre el audífono y la preparación de su pensamiento para decirte lo que te diga.
Al llegar a tu casa recordas un instante tras otro; uno de los vividos tras otro de los vividos y sin necesidad de mirar las estrellas tu amor, tu pasión y sufrimiento transforman en un solo torrente macizo de pasión sobre tu pecho. Es la desesperación del amor… es la vivencia de estar entre Romeo y Julieta, y cualquier otra película que tenga de todo pero que termine bien.
Es desconsolante. Ya la salvaste de mil demonios, dragones y que la pise un coche por cruzar mal; le llevaste la comida a la boca y era tan tierna masticando en nervios que hoy el solo recuerdo te haría llorar sin parar. Estás ahí esperando que el telefono suene. Estas tan solo y tan en su compañía que el mundo te importa un bledo.
Bueno… ¿Por qué les cuento esto? Porque somos así los hombres de verdad… y no necesitamos ni colonias, ni coches nuevos, ni peinados, ni trajes, ni un perro que de para hablar. Solo nos sumergimos en el amor y vivimos a la espera total de un encuentro. ¿Parecemos mujeres? No. Somos esos hombres que ni la tele, ni las revistas ni los científicos quieren ver.
Se los cuento hoy… y tal vez tengo 17 y estoy terminando el secundario pero te estoy esperando a la salida, donde sé como casi siempre salis primera.
Roberto Pettinato.
viernes, 25 de septiembre de 2009
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